En Juan 8:1-11, los fariseos arrojaron al suelo a los pies de Jesús a una mujer adúltera, con la esperanza de condenarlo por no cumplir la Ley de Moisés. ¿Actuaría este rabino según el mandamiento de Moisés de que aquellos sorprendidos en adulterio deben ser apedreados? Jesús, sin embargo, desafió sus sensibilidades religiosas. No sólo tuvo misericordia de la mujer, sino que también reveló los pecados ocultos de los fariseos que estaban dispuestos a ejecutarla brutalmente. Cuando se dieron la vuelta, admitiendo en silencio que no estaban libres de pecado, la mujer se sentó sola a los pies del Maestro. ¿Sintió terror o consuelo en ese momento? Miró por primera vez a los ojos de un hombre sin pecado. Sólo Él tenía derecho a matarla... pero no lo hizo.

Aquellos que conocen las Escrituras saben que todo ser humano ha pecado y no ha podido vivir a la altura de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Jesús nos llama a amar libre e incondicionalmente, perdonando siempre las ofensas. Esto es un reflejo de la propia misericordia de Dios hacia nosotros: a pesar de nuestros defectos y pecados hacia Él, Él nos ama de todos modos, incondicionalmente. No por nada de lo que hayamos hecho (ni siquiera por nada que pudiéramos hacer con nuestro mejor potencial). ¿Podríamos seguir ese ejemplo? ¿Podríamos amar a alguien y dedicarle nuestra vida, sabiendo que realmente no puede corresponder?

Esto es lo que Jesús hizo por Judas.

Las Escrituras dejan claro y claro que Jesús eligió a Judas deliberadamente, sabiendo de antemano que el hombre lo traicionaría (Juan 6:70). Sin embargo, saberlo no impidió que Jesús amara incondicionalmente a Judas y lo educara como discípulo. ¿Cómo pudo Jesús haber amado tanto a Judas, sabiendo muy bien que el hombre lo vendería por un simple puñado de plata? No pudo haber sido porque Jesús esperaba que Judas finalmente se apartara de sus caminos, porque Jesús también sabía que Judas se suicidaría antes de ser redimido. Ciertamente no fue porque Jesús simplemente necesitara otro seguidor, o por algún beneficio práctico que Judas aportara a la dinámica del grupo.

La fuente del amor de Cristo era mucho más profunda que el mero afecto recíproco o el beneficio mutuo. No estaba limitado por emociones o circunstancias volubles, como suele estarlo el amor humano. Jesús amó a Judas incondicionalmente porque poseía el amor de su Padre, un amor profundo, tan enriquecedor y desbordante que no necesita ser amado a cambio de amar a los demás. Judas fue el máximo ejemplo: si Cristo puede perdonar tan fácilmente a un hombre que lo vendió a una muerte horrible a cambio de unas pocas monedas, a pesar de haber sido un amigo íntimo durante años, ¿cuánto ama a todos sus hijos? ¿Y por qué no podemos amar y perdonar a los demás con el mismo espíritu abundante? Tengan o no la capacidad de cambiar los atroces pecadores de este mundo, Cristo nos llama a amarlos como Él nos amó a nosotros, porque la auténtica compasión no es algo que pueda intercambiarse a cambio de amor recíproco. Dios nos amó a todos antes de que pudiéramos siquiera imaginar devolverle Su afecto, y esa es la clave para seguir Su ejemplo.

Para aprender más sobre la intimidad con Dios y comprender cómo Él se relaciona con nosotros, consulte uno de nuestros cursos favoritos. Why We Worship (Solo en Ingles). Visita www.ISOW.org ¡Hoy para comenzar con una educación bíblica en línea asequible!

Para ver cursos en español, haga clic aquí.