En la Escuela Internacional de la Palabra, uno de los principales fundamentos teológicos de nuestra escuela de ministerio es la creencia de que Dios ha demostrado y continúa demostrando Su poder a través de señales, prodigios y dones dados a los creyentes. Esto es de suma importancia para la difusión del Evangelio así como para su autenticación. Cuando la gente ve que ocurre lo sobrenatural en el nombre de Jesucristo, confirma que las promesas de Jesús son verdaderas. Sin embargo, otro aspecto importante es que los milagros revelan el corazón del Padre (Juan 5:9 y 9:1-7). La voluntad de Dios no es que la muerte reine para siempre en la tierra, por eso Dios lo muestra al resucitar a Lázaro de entre los muertos (Juan 11:38-44). A través de la resurrección de Jesús de la muerte, después de la cual nunca volverá a morir, Dios nos muestra una resurrección diferente a la de Lázaro. Lázaro eventualmente volvió a morir corporalmente, pero un día, como Jesús, todos los que creen en Él resucitarán para no volver a acostarse nunca más. La resurrección de Lázaro fue un pequeño anticipo del corazón de Dios, pero la de Jesús fue la plenitud del plan supremo de Dios para la humanidad (Romanos 6:5).

En el otro extremo del espectro está el concepto de cesacionismo, que sostiene que las señales y prodigios descritos en el Nuevo Testamento eran sólo para esa época. Aquellos que creen en el cesacionismo provienen de tradiciones que interpretan algunas escrituras (1 Corintios 13:8-12, 2 Corintios 12:12, Hebreos 1:1-2 y 2:3-4) en el sentido de que ciertos dones de “señales” ( como profecía y lenguas) han cesado mientras el Espíritu Santo continúa dando dones espirituales como misericordia, fe y aliento.. Desde un punto de vista continuista, el problema fundamental de esta interpretación es que se basa en el escepticismo más que en la fe y la confianza en Dios. El cesacionismo se alinea más con la mentalidad centrada en la razón de la academia post-Ilustración, que pone más énfasis en la capacidad del hombre para encontrar la verdad que en la capacidad del Espíritu para revelarla.

La filosofía central del Nuevo Pacto, sin embargo, es la fe: fe como la de Abraham, los patriarcas y Jesús. La esencia de la historia de Abraham, junto con muchas otras historias desde Adán hasta Malaquías, es la idea de que el pueblo de Dios simplemente debe creerle, sin importar cuán extravagantes parezcan sus promesas (Hebreos 11:8-12 y Romanos 4:17).

Aquí está el quid de la cuestión: cuando Jesús nos dice que los milagros seguirán a quienes creen en Él, ¿le creeremos? ¿Nuestra respuesta es hacer lo que Jesús reprendió a los fariseos, crear sistemas teológicos que nos excusan de simplemente creer y obedecer a Dios (Marcos 7:1,8-13)? La elección es sencilla. Podemos confiar únicamente en la razón o podemos tomar las sencillas palabras de Jesús con fe obstinada. ¿No se parece mucho más esto último a lo que Dios nos pide?

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